Los fenicios en Chipre y en el Egeo

Chipre, que había desempeñado durante buena parte de la Edad del Bronce, un papel de primer orden por su posición geoestratégica y la importancia de sus minas de cobre, se convirtió, aún antes de comienzos del primer milenio, en el intermediario obligado entre Oriente, Creta y Occidente.. Los objetos de procedencia chipriota y oriental abundan en la isla de Minos durante la “Edad Oscura” que siguió a la desaparición de la sociedad micénica, prueba de que las relaciones entre las dos islas no habían quedado interrumpidas. Sidón, Arvad, y Tiro fueron las ciudades de la costa que reemplazaron, desde los inicios de la Edad del Hierro, el anterior protagonismo de los centros cananeos marítimos de la Edad del Bronce, como Biblos y Ugarit.

Kitión fue la ciudad más importante de la isla. Destruida durante la primera mitad del siglo XI a. C. fue reconstruida y ya a comienzos del siguiente siglo pasó a estar sometida a los reyes de Tiro. La arqueología detecta la presencia fenicia en la ciudad desde mediados del siglo IX a. C., pero sin duda la frecuentación debió ser bastante anterior. Los arqueólogos han descubierto diversos templos dedicados a Melkart y Astarté, diosa fenicia de la fecundidad y el amor, pero también de la justicia y el derecho que ocupaba un lugar de privilegio en el panteón común de los fenicios, protectora además de los navegantes. En la vecina Idalion se ha documentado la existencia de dos acrópolis con templos consagrados a Astarté y Anat, hermana y esposa de Baal, que era a la vez diosa del amor y del combate y considerada la mensajera de los dioses, y un palacio construido en la terraza occidental de la ciudad.

En Tamassos, próxima a las minas de cobre, se erigió un santuario consagrado a Baal-Hammón. En Amathonte, también cercana a las minas, se han encontrado restos de un acrópois de comienzos de la época arcaica con un santuario de Astarté y vestigios de un puerto interior. Pafos fue famosa ya en la Antigüedad por su santuario de Astarté/Afrofita. Una vieja leyenda recuerda a Kyniras, emperentado con la casa real de Biblos, fundador de una disnastía de reyes sacerdotes y padre de Adonis, nombre helenizado de una divinidad oriental a la que se veneraba en Biblos y otros lugares de Fenicia y cuyo culto fue asimilado por los griegos. Otra hace de Pigmalión, nombre helenizado de Pumay, divinidad chipriota, amante de la diosa Astarté/Afrodita. Otros lugares de la isla donde se asentaron los fenicios fueron Salamina, Lapitos y Larnaka.

La Qarthadasth chipriota.
El nombre de Qarthadast, famoso por la ciudad fundada por los fenicios de Tiro en el litoral tunecino, significa “ciudad nueva”, lo que comúnmente se ha interpretado por oposición o contraste con la metrópolis de Fenicia. Y existen, al menos, otras tres Qarthadast en el Mediterráneo antiguo. Son las Qarthadast de Chipre, de Cerdeña y de la Península Ibérica. Esta palabra semita fue traducida como Karchedón por los griegos y Carthago en lengua latina, si bien se discute la forma en que ambas derivaron del nombre fenicio original. El sentido del mismo no quedó, sin embargo, oculto como revelan los testimonios antiguos. Así, Servio (In Aen., I, 363) afirma que “Cartago es en lengua púnica nueva ciudad, como dice Livio”, y Solino (Coll. rer, mem., 27, 10): “Cartago significa en púnico ciudad nueva”. A este respecto, una relectura atenta del relato de Justino (XVIII, 4, ss) nos aporta el sentido de “refundación”, de ciudad renovada o restaurada, lo que significa una ciudad nueva al lado de otra de fundación más antigua.

La Qarthadast chipriota, conocida por las famosas dedicatorias al Baal del Líbano de las inscripciones fenicias sobre copas de bronce, fechadas en siglo VIII a. C., -cuyo hallazgo originario en Limassol ha sido más tarde discutido para proponer su procedencia de Phassoula, 10 km al norte de la anterior y donde se conoce la existencia de un santuario al Zeus Libranios-, así como por las inscripciones neoasirias de Asarhadon y Assurbanipal que mencionan los tributos de los reyes de Chipre, ha sido identificada con Kition y Amathonte, que no figuran en las listas asirias de tributos, y también con la misma Limassol.

Todo ello ha generado una muy amplia bibliografía que desgraciadamente no es posible reproducir aquí, siquiera sintéticamente, Pero, como muy acertadamente ha señalado, entre otros, E. Lipinski, la ausencia de un rey de Kition en las referidas inscripciones asirias se explica fácilmente ya que la ciudad estaba por aquel entonces sometida directamente al monarca de Tiro, según menciona Flavio Josefo que recoge un testimonio de Menandro de Efeso. Por lo demás, una inscripción fenicia de época clásica procedente del templo de Astarté en Kitión menciona a un tal Abdoubasti “el cartaginés”, señalando así de forma implícita su procedencia de Qarthadast, por lo que esta no puede en ningún modo ser Kition, cuyo nombre aparece también en la misma inscripción.

Descartada Kitión, quedan en liza Amathonte y Limassol, separadas apenas por diez km de distancia. Como ha señalado A. Hermary, los argumentos en favor de Limassol se basan exclusivamente en el nombre de “Neápolis” que recibe en el siglo IV d. C. Por el contrario Amathonte, renombrada por su santuario de Adonis y uno de cuyos reyes lleva el nombre de “Du-mu-ú-si”en las inscripciones asirias (es bien conocida la relación entre este antropónimo y Tammuz/Adonis) parece mucho mejor candidata, no solo por su carácter de ciudad floreciente, de la que destacaron los santuarios de Adonis y Afrodita, en contraste con el pequeño enclave de Limassol, sino también porque existen indicios de una refundación fenicia en la primera mitad del siglo VIII a. C. sobre un pequeño establecimiento eteochipriota más antiguo. En época arcaica la ciudad, que comprendía una acrópolis y una “ciudad baja”, estaba completamente rodeada de murallas y conoció un periodo de gran prosperidad y desarrollo durante los siglos VIII-VII a. C.. Las excavaciones arqueológicas, pacientemente desarrolladas a lo largo de muchos años, han sacado a la luz, por otra parte, importantes restos de grandes construcciones que alcanzan el periodo helenístico y romano, palacio, templos, muralla y puerto. Por consiguiente, parece responder mejor que la pequeña villa de Limassol a la sede de un gobernador, “servidor de Hirám, rey de los sidonios”, que en el siglo VIII a. C. hace una dedicatoria al Baal del Líbano.

Los fenicios en el Egeo.
No es posible ignorar el contenido de muchos mitos y leyendas griegas que hablan de una antigua presencia de los fenicios en Grecia y el Egeo. En la Antigüedad algunos historiadores, como Herodoto o Pausanias, atribuyeron a los fenicios la construcción de un santuario de Melkart en la isla de Tasos, en el Egeo septentrional, frente a las costas de Tracia, isla que fue colonizada por los fenicios que explotaron sus minas.

“Los de Tasos, que proceden de los fenicios que con Taso hijo de Agénor partieron de Tiro y de toda Fenicia en busca de Europa, ofrecieron en Olimpia un Hércules cuya base es, como la misma estatua, de bronce. La altura de la estatua es de diez codos, tiene la clava en la mano derecha y en la izquierda el arco. He oído que en Tasos veneraban al mismo Heracles que los tirios, pero que al unirse a los griegos rindieron también culto a Heracles hijo de Anfitrión”. Pausanias, V, 25, 12.

El mismo Herodoto recoge la leyenda de Cadmo, mítico rey de Tiro que anda­ba a la búsqueda de su hermana Eu­ropa que había sido raptada por Zeus y que con un grupo de fenicios se es­tableció en el territorio de Beocia don­de, al parecer, habían introducido el culto a Dionisos. En otra ocasión el mismo autor narra la fundación del más antiguo oráculo de Grecia, el de Zeus en Dodona, por una sacerdotisa egipcia del templo de Amón en Tebas, que fue raptada y conducida a la Hélade por unos fenicios. Otras leyendas, que en este caso recoge Ateneo, hablan del estableci­miento de los fenicios en la isla de Rodas en tiempos de la Guerra de Troya, don­de habrían sido llevados por su príncipe Falanto y luego expulsados por Iflico, jefe de los invasores dorios. En Creta, la ciudad de ltanos, es considerada tradicionalmente como una fundación fenicia y otras tradi­ciones recordadas por los griegos de época clásica evocaban la temprana colonización por los fenicios de Citera, Melos, Tera, Corinto y otros lugares de la Hélade.

En Creta, en el santuario de la llamada Gruta de Zeus en el monte Ida se ha descubierto un depósito de ofrendas fenicias, compuesto de escudos, copas de bronce, marfiles y piezas de fayensa, entre otros objetos, fechados en el siglo VIII a. C., que hace pensar en la existencia de un taller fenicio en la isla. Más antiguos son los hallazgos procedentes de Kommos, puerto meridional de la isla frecuentado por gentes de procedencia diversa, en el que se ha documentado una capilla con tres betilos dentro de un santuario datable a finales del siglo IX a. C. Tumbas de artesanos y orfebres se han encontrado en una necrópolis cerca de Knosos, y en también en la isla de Rodas donde al parecer funcionaba otro taller fenicio. En la isla de Eubea, en el sitio de Lefkandi aperecen, desde finales del siglo IX a. C., joyas de oro, objetos de fayenza, cuentas de piedras semipreciosas que sin duda han sido traidos, sino hechos, por los fenicios. Se han descubierto marfiles orientales en Samos, Esmirna, Eritras, Atenas, Rodas y la misma Creta que en su mayor parte se pueden fechar desde finales del siglo IX y mediados del VIII a. C. Algunos ejemplares revelan, como en Atenas, la presencia de un artesano extranjero establecido en la ciudad.

Los propios griegos de épocas posteriores estaban convencidos de que los fenicios habían residido entre ellos en tiempos muy antiguos en diversos lugares de Grecia. A una famosa estirpe de atenienses, los Gefireos, se les atribuía incluso un origen fenicio. También atribuían a esta presencia fenicia el conocimiento del alfabeto que, en efecto, deriba del fenicio, así como una serie de cultos, misterios y oráculos que pasaron a formar parte de su religión. También rcordaban como los fenicios habían fundado un santuario de Astarté/Afrodita en el que fue próspero emporio comercial de Citera y un templo de Melkart, al que ellos llamaban el Herácles tirio, en la localidad de Tespias.

Fenicios y eubeos.
Los hallazgos de objetos traídos por los fenicios en Atenas y la vecina isla de Eubea nos sitúan en el contexto en el que algunas poblaciones griegas emprendedoras retomaron la iniciativa de los viajes marítimos, con fines comerciales. Un poco antes del 800 a. C. los eubeos, animados seguramente por su experiencia de contactos previos con los fenicios, comenzaron a navegar hacia las costas de Siria, estableciéndose en pequeños grupos en sitios como Al Mina, junto a la desembocadura del Orontes y frecuentado por otros comerciantes orientales, o Tell Sukas, que al parecer ya había sido visitado por los micénicos, que también habían frecuentado otros lugares de aquella costa. Hacia el 775 a. C. los eubeos se establecieron en Pitecusa, a la que también acuden fenicios, en la isla de Isquia, frente a la costa occidental del sur de Italia. La búsqueda de metales, escasos en la propia Grecia, y de lujosas manufacturas para consumo de las aristocracias griegas del incipiente arcaísmo, parecen haber constituido el móvil más plausible de estas navegaciones. Esta misma presencia eubea ha sido detectada gracias a las investigaciones arqueológicas en la Cartago de los primeros tiempos y, en fechas aún más antiguas, en el recién descubierto emporio precolonial de Huelva, donde tambien comvivieron con sardos y fenicios.

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